domingo, 10 de junio de 2012

Reformas de Diocleciano (y III)


C.- REALICE  UNA VALORACIÓN PERSONAL DE LAS INSTITUCIONES  CITADAS  EN EL TEXTO.

Las dos instituciones principales que se mencionan en el texto son la Tetrarquía (institución política) y la militar. También se nombra el erario público y a los dioses paganos por lo que explicaré la problemática económica y religiosa al iniciarse el dominado. Como ya se ha comentado en el punto anterior, la Tetrarquía suponía una solución a los graves problemas internos y externos que azotaban al imperio. Así, en el 293 Diocleciano decidió asociar un colaborador a Maximiano en la zona occidental del imperio, nombrando César a tal efecto a Constancio Cloro, un brillante oficial también ilírico, de origen humilde y casado con una hijastra de Maximiano. Tres años después Constancio restituiría Britania al imperio eliminando a Alecto, sucesor del usurpador Carausio y reforzó el limes renano. Diocleciano hizo otro tanto en Oriente al proclamar César a Galerio en su corte de Nicomedia. Galerio, ilírico de nacimiento, procedía también de una humilde familia y contrajo matrimonio con una hija de Diocleciano. Galerio se encargó de asegurar las fronteras del Danubio. El resultado fue dos Augustos con funciones gubernamentales y ejecutivas, tanto en lo civil como en lo militar en Oriente (Diocleciano) y Occidente (Maximiano). Cada Augusto tenía asociado al poder como sucesor a un César en Oriente (Galerio) y Occidente (Constancio Cloro). La institución fue creada para normalizar el funcionamiento del poder ejecutivo, evitando la desintegración del Imperio y los pronunciamientos militares y usurpaciones típicos de la época de la anarquía militar. Fue fruto de un proceso evolutivo, determinado por las circunstancias y necesidades coyunturales, principalmente de índole militar. Las características más reseñables del sistema de gobierno tetrárquico basado en el control y administración del gobierno del Imperio por cuatro emperadores (Quator principes mundi) fueron: cuatro gobiernos simultáneos, repartición del control del poder imperial con una clara jerarquía, Roma deja de ser capital imperial y no existe una verdadera partición territorial del Imperio. Resulta evidente que la decisión de Diocleciano fue todo un acierto ya que Roma acumulaba demasiados problemas internos y externos que para una sola persona eran de difícil resolución. Dividiendo el poder consiguió asegurar las fronteras (junto con la reforma militar), controlar las insurrecciones dentro del territorio, organizar de forma más eficaz la administración política del Imperio sin injerencias del ejército ni del senado y poder atender a un menor número de peligros. Las tareas de gobierno se repartían, teóricamente los Augustos tomaban las decisiones y los  Césares las ejecutaban. Además el sistema se perpetuaba con los Césares evitando la tentación de la usurpación del poder y haciendo la transición de forma natural y sin sobresaltos. La abdicación de Diocleciano y Maximiano (éste obligado) una vez eliminadas las amenazas exteriores y culminadas las principales reformas administrativas (sus mandato duró 20 años) dotaba al sistema del dinamismo necesario para su supervivencia y evitaba, además, esperas demasiado prolongadas a la ambición de los dos césares.
Sin embargo para que el sistema tetrárquico funcionase se necesitaba un nuevo sistema militar. Se reformó el sistema fronterizo, la movilidad y las unidades básicas del ejército y la forma de reclutar a las tropas. El limes fue una fuente de peligros constante por lo que fue necesario trasladar las capitales de Oriente y Occidente cerca de las fronteras. Fue necesario asegurar las buenas comunicaciones, aumentar el número de legiones (acorde con las presiones externas que sufría el Imperio) reduciendo la composición de las centurias (mayor maniobrabilidad) y pedir ayuda de forma esporádica a contingentes bárbaros fronterizos (foederatis).  Esta innovación militar exigía otra clase de reformas económicas debida a los excesivos gastos del mantenimiento y administración del ejército.
La reforma económica se basó en la fiscalidad y en la moneda. El sistema impositivo inaugurado por Diocleciano (sistema fiscal denominado iugatio-capitatio) partiría de la base agrícola de la economía imperial y de la importancia que había alcanzado los pagos en especie (annona) al ejército y a los funcionarios. Las dos unidades fiscales de cálculo eran la iuga (iugum), basada en la explotación de la tierra y la capita (caput), para los hombres y animales censados. Lo que en un principio parecía un impuesto equitativo (cuánto más produces, más pagas), en la práctica daría lugar a una serie de abusos para el campesinado más débil ya que el cálculo se realizaba sobre la productividad teórica y no real. También se obligó a los decuriones municipales recaudar los nuevos impuestos. Los funcionarios estatales determinaban la cuantía de estos impuestos por lo que si los curiales no ingresaban ese porte tenían que pagar al Estado con su propia fortuna. Este hecho derivó en un empobrecimiento de los curiales por lo que muchos de ellos quisieron huir de sus obligaciones. Ello obligó al Estado a la fijación hereditaria de los curiales a la Curia y de los campesinos a la tierra. Se revalorizó una moneda que se había depreciado desde los tiempos de la anarquía militar y se intentó frenar la inflación de precios con un edicto que fijara un límite máximo a los precios de una gran cantidad de bienes de consumo. Estas reformas consiguieron reforzar el poder imperial pero a largo plazo fracasaron (el aumento de la presión fiscal será una de las causas que provocarán el aumento de las grandes propiedades latifundistas en el siglo IV).
Diocleciano y los tetrarcas se esforzaron por hacer públicas demostraciones de piedad y reconocimiento hacia la religión tradicional del Estado. Se constituyó una teología imperial, que situaba en un primer plano a Júpiter y Hércules, dos divinidades tradicionales romanas. Esta reafirmación de la religión oficial se acompañó de una reforma moral. La teoría política y el orden establecido por Diocleciano fueron puestos en peligro por los seguidores del maniqueísmo y el cristianismo. No es de extrañar, por tanto, las persecuciones que sufrieron ambos colectivos. Los círculos intelectuales paganos y poderosos sectores del ejército se opusieron de forma tajante a la religión cristiana y esta presión obligó a Diocleciano a promulgar hasta cuatro edictos contra esa religión.
Con todas las reformas Diocleciano consiguió detener momentáneamente la hemorragia que sufría Roma desde el siglo III. Las crisis social, económica, política, urbana, militar, demográfica y religiosa que padecía el imperio no eran coyunturales sino estructurales. Es por ello que la lenta decadencia de todas las instituciones romanas no se podía ni detener ni revertir y la única solución plausible fue ralentizar el máximo tiempo posible ese deterioro. Diocleciano lo consiguió a costa de enormes esfuerzos militares, fiscales y administrativos. Aureliano había sentado las bases y Constantino continuó (a su manera) el trabajo de Diocleciano. Sin embargo el sistema se desmoronó inevitablemente.

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