domingo, 16 de septiembre de 2012

Nuevas monarquías del Renacimiento (y III)


7. Resumen del contenido
El tema trata sobre la política en la Europa de finales del siglo XV y del siglo XVI, un periodo histórico que presenta uno de los cambios más característicos de la modernidad: el desarrollo de poderes soberanos cada vez más potentes y definidos, con una fuerte tendencia a la centralización del poder y que dejan clara su supremacía sobre nobles, ciudades, parlamentos, eclesiásticos y otros poderes existentes en los reinos o territorios sobre los que lo ejercen.
Para definir este importante proceso histórico, la historiografía ha utilizado hasta hace unos años el concepto de Estado Moderno, entendiendo que tales cambios estaban en la base de la constitución de los futuros estados que han llegado hasta nosotros. Desde hace un par de décadas, sin embargo, dicha visión ha sido objeto de fuertes críticas. Se le ha acusado, entre otras cosas, de presentismo, de ver el proceso histórico desde la perspectiva de la realidad actual, entendiendo que el Estado no surge propiamente hasta los siglos XVIII y XIX y que las entidades políticas soberanas de la primera Edad Moderna se estructuran de una forma diferente, en la cual el elemento decisivo no es una abstracción jurídica como el Estado, sino la realidad que se deriva del poder personal del soberano, fuente de la ley y personificación de la justicia. El poder político se justifica y estructura a partir de él, lo que da lugar a unos entes básicamente distintos de los Estados contemporáneos. Lo cierto es que el debate sigue abierto, pues hay quien defiende la existencia de ciertos elementos o una primera forma de estatalización, por muy alejada que pueda estar de la realidad y las características de los Estados posteriores. Ante la polémica, el término estado moderno se utiliza cada vez menos, siendo sustituido por otros menos comprometidos como el de las nuevas monarquías del Renacimiento, que aquí se adopta, pese a que no todas ellas fueran monarquías.
La emergencia de poderes soberanos fuertes suponía el fin de la estructura política característica de la Europa medieval. Tal cambio tuvo numerosas repercusiones. En el conjunto de Europa, perjudicó claramente a los dos poderes que se habían arrogado un carácter universal que les situaba por encima de los demás: el papa y el emperador. El poder universal del papa derivaba del hecho de ser la cabeza espiritual del conjunto, pues no olvidemos que lo que hoy llamamos Europa se conocía entonces como la Cristiandad, y se caracterizaba por compartir la religión cristiana bajo la dirección del Sumo Pontífice. Todo esto cambiaría a raíz de la Reforma protestante, que sacó de la obediencia de Roma a muchas iglesias y cristianos europeos. Al propio tiempo, los afanes de los distintos soberanos por controlar sus iglesias nacionales (regalismo, en Francia galicanismo), llevaron a fuertes tensiones con el papado y en algún caso (Inglaterra) fueron decisivos para llevar el país hacia la ruptura con Roma y la reforma protestante. El otro poder, el del emperador, ya muy debilitado a finales del siglo XV, conocería con Carlos V una nueva ocasión para convertirse en el árbitro de Europa, aunque ya no sobre la base de su poder en los territorios propios del Imperio, sino a partir de su condición de rey de la pujante Castilla y el importante aporte monetario de sus dominios en Indias. Pero la Reforma contribuyó a debilitar aún más su poder en el ámbito alemán y, al igual que su abuelo Maximiliano I, fracasó en el intento de constituir allí una monarquía moderna. Desde mediados del siglo XVI, con su sucesor Fernando I, el imperio no era ya más que un título vacío.
El epígrafe sobre características e instrumentos de las nuevas monarquías analiza una serie de elementos comunes que, con ligeras variaciones, pueden encontrarse en distintos reinos y territorios. Todos los soberanos pretenden (y en buena medida consiguen) unificar el territorio sobre el que gobiernan, fijar sus fronteras y acabar con –o someter- los poderes internos que pudieran hacerles competencia. Refuerzan las bases de su poder (religión, dinastía) y promocionan la imagen y el prestigio de la realeza (símbolos, historia, literatura, arte). Organizan nuevas cortes de las que ellos constituyen el epicentro, rodeados de una nobleza domesticada, eclesiásticos, burócratas y otros cortesanos. Tienden hacia la unificación legislativa y la fijación de repertorios y códigos, basados generalmente en el derecho romano... Para todo ello, cuentan con instrumentos como el reforzamiento de las finanzas, la reorganización administrativa (Consejos y tribunales), el apoyo de la burocracia (y en especial de un grupo social emergente: los letrados o licenciados en derecho encargados de desarrollar y aplicar la legislación real). Un instrumento esencial será la guerra, gracias al monopolio de la violencia que elimina los ejércitos privados de los nobles creando un único y potente ejército al servicio del rey. También la diplomacia, para la representación y defensa exterior de sus intereses.
Todo este proceso de imposición del poder real contó, obviamente, con las resistencias y límites planteados por otros poderes, cuya capacidad de oponerse eficazmente determinó en buena medida el éxito o el fracaso de esta nueva fórmula política. A raíz del feudalismo, se habían constituido grandes poderes en manos de nobles, laicos y eclesiásticos que, en algunos casos, llegaron a minimizar, e incluso a desconocer, el poder del monarca, convertido en un “primus inter pares”. La implantación de las nuevas monarquías (allí donde se realizó con éxito) hubo de someter tales poderes, subordinándoles claramente a ellas. Es por ello que pueden denominarse poderes intermedios, en cuanto que ocupan un lugar entre el soberano y los súbditos y a pesar de su autonomía (no olvidemos la fuerza de los señoríos) colaboran, o están obligados a colaborar, en la gobernación del reino. Son los nobles y señores, los poderes urbanos, las asambleas representativas (parlamentos, cortes...), o los poderes eclesiásticos del propio reino. La alusión anterior a su carácter intermedio nos introduce en una realidad propia del Antiguo Régimen, una de sus muchas permanencias. En una época con escasos medios y posibilidades de comunicación, para la gran mayoría de las gentes la realidad del poder no era el del rey, por mucha fuerza que éste pudiera tener, sino el poder del padre de familia, del municipio, el señor, el cura u otros que se vivían a diario y de forma inmediata.
Los éxitos y fracasos distinguen los territorios en que triunfaron las nuevas monarquías, como España, Francia, Inglaterra, Dinamarca, Suecia, Roma, Florencia, etc., de otros en los que fracasaron, como Alemania o Polonia.
Naturalmente, la fuerza que alcanzó el poder real y la periodización de los procesos a los que se ha aludido fueron diferentes en cada territorio. Como lo eran también las características de éstos. La mayoría era monarquías hereditarias, y algunas de las electivas (Bohemia, Hungría, Polonia) evolucionaron en tal sentido. Un caso particular es el de los Estados Pontificios, encabezados por una monarquía electiva peculiar que se conoce como la monarquía papal. Había también principados cuyo soberano tenía un título inferior al de rey, como el ducado de Saboya, el granducado de Toscana, etc. Finalmente, existían repúblicas antiguas como Génova, Venecia o los cantones suizos, y se constituiría otra nueva: la de las Provincias Unidas, a finales del siglo XVI y comienzos del XVII.
Todo este proceso, que sentó las bases políticas de la modernidad, que evolucionarían posteriormente hacia el absolutismo, se apoyaba en una serie de tratadistas y pensadores políticos. Unos, como Maquiavelo, justificaban el poder y la capacidad del príncipe, que posteriormente desarrollarían otros, como Jean Bodin, principal formulador del concepto de soberanía, el tacitismo, y especialmente Botero, defensor de la razón de Estado. Frente a dicha línea, que reforzaba el poder del monarca, existiría otra, procedente de la escolástica democrática bajomedieval, integrada por los defensores del pacto originario rey-reino y del derecho de resistencia a la tiranía (monarcómacos, o los teólogos españoles Vitoria, Suárez y Mariana). La matanza de San Bartolomé significó un punto de inflexión importante.

8. Conocimientos básicos
En cuanto a los conceptos, es imprescindible conocer el de soberanía y su significado, entendiendo por tal, de acuerdo con Bodin: “el poder supremo sobre los ciudadanos y súbditos, no sometido a las leyes”. No está sometido a las leyes porque el soberano es la fuente del derecho. Es un poder perpetuo, un poder no delegado, o delegado sin límites o condiciones. Es indivisible, inalienable y no prescribe. Así, la soberanía es un derecho perpetuo, humanamente ilimitado e incondicionado de hacer, interpretar y ejecutar la ley.
Otro concepto importante es el de regalismo. Otros conocimientos exigibles son los que corresponden a varios de los epígrafes: la crisis de los poderes universales; las características e instrumentos del poder real; los otros poderes; y éxitos y fracasos, es decir, el mayor o menor avance de la fórmula política de las nuevas monarquías en los distintos estados de Europa.
El alumno habrá de conocer también, siquiera someramente, a pensadores como Maquiavelo, Bodin, o Botero, corrientes como el tacitismo, o ideas como el tiranicidio, valiéndose, en su caso, de enciclopedias al uso.

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